Tu silencio como un muro de recuerdos entre tú y yo,
como una lluvia, mis lágrimas,
como el éxodo del amor a la nostalgia.

Mi muerte.

El alcohol en mi sangre de los pies a la cabeza,
mi abstracción de la vida,
de la mierda del mundo,
de tu indiferencia.

Besar a un desconocido llorándole tu nombre en la saliva.

Gritarte y que no vengas.

No ser un ángel.
No ser la chica a la que abrazas en la noche cuando tiene frío.
No ser los labios en la lluvia del verano que se derritió en mis pupilas.
No ser esa del pueblo con río donde olvidé mi sombra,
como olvidé mi reflejo en el espejo de un hotel barato,
como olvidé mi nombre en tus labios mientras lo pronunciabas soñándome,
como olvidé el olvido.

Me dejé el corazón en tu cama una noche de Septiembre entre sollozos de
[tango.

Ya no soy sino la idea muerta de un pensamiento que no llego a concretar.

Eres tú la idea de quererte casi a diario, de añorarte,
de tenerte tan cerca como mirándote al otro lado de un cristal,
como besando tu reflejo en el agua yéndose porque el río fluye.

Eres mi asfixiarme sola en mi habitación
donde tu sudor es a mis sábanas lo que el rocío a las plantas,
lo que las letras a las palabras,
pero son palabras sin poesía.

Mi necesidad de tenerte.

Cada uno de mis cabellos pensándote contradictoriamente.

Descubrir tus traiciones en mis sueños apocalípticos,
tu mirada ajena, tus besos falsos,
tus palabras como mariposas aplastadas contra cristales asesinos,
tu alma vendida al diablo por un mezcal de Oaxaca,
por una Alicia en el país de las maravillas tan ficticia como tu sonrisa
o los cuentos de hadas que susurras a mi oído.

Y yo tan sola,
tan escondiéndome en una página para no implotar y desaparecer como una
[burbuja,
tan refugiándome en palabras porque no puedo llegar a mi alma sin pasar
[por conceptos,
tan abrazándome a mí misma para no sentirme sola,
buscando tus brazos en los míos.

Quiero llorar mi dolor hasta deshidratarme.

Vaciarme de ti como un cántaro de barro que se rompe.